Literatura y alpinismo

Gaston Rebuffat

Gaston Rebuffat

Entre otros motivos, Núria Perpinyà se decide a escribir Al vértigo cuando se da cuenta que no hay buenas novelas de montaña. Para un creador descubrir un mundo nuevo e inefable, es un reto. Perpinyà se propone caminar por crestas verbales desconocidas, transformar un género menor (el costumbrismo rural) en alta literatura y conocer la esencia del ideal alpinístico. Considera que la ficción, a diferencia de la pintura, aún no ha expresado te bien la belleza y la atracción de la montaña.

Cuando los alpinistas escriben sus ascensiones suelen ser aburridos. Sus experiencias son fuera de lo común pero todavía no tenían su lugar de honor en la literatura. Confiemos en que Al vértigo lo haya conseguido.

Los relatos de los escaladores e himalayistas son pobres. Admitámoslo: unos saben escribir y otras escalar. Su forma de contar peca de esquemática: Subo, bajo, corono, nos sorprende una tormenta, vivimos momentos muy críticos, los superamos, uno se muere, tenemos que salir adelante, volvemos. Y así casi siempre, sin distinciones de cumbres, paisajes o sentimientos. Sin embargo, hay excepciones. Los que mejor expresan sus odiseas son Reinhold Messner, Jon Krakauer, Joe Simpson, Greg Mortenson o Martínez Pisón. También Maurice Herzog, quien narró la primera y dramática ascensión a un ocho mil en Annapurna. El libro arrasó con once millones de copias. Las novelas de montaña son escasas y la mayoría ruralistas. O en el otro extremo, buscan una imagen espiritual de los picos. Entre las más verosímiles, destacan las de Frison-Roche, un escritor de los años cuarenta que sigue siendo un best-seller. Dentro de la literatura catalana, los picos montañosos más altos y poéticos corresponden a Verdaguer y Perejaume.

Wanda Rutkiewicz

Wanda Rutkiewicz

Poesía, romanticismo y alpinismo : Individualismo e idealismo

Antes los artistas eran tratados como genios, hoy los laureles los reciben los semidioses del deporte. El Olimpo de los escritores y el Parnaso de los poetas están pasados ​​de moda. Quien los ha sustituido es el pódium. No desdibuja el proceso que haya deportistas groseros. Los himalayistas se juegan la vida para llegar lo más alto posible llevando a la práctica la profecía de uno que quería tocar el sol. Los alpinistas y los escritores compartimos una incompresión similar por la rareza y gratuidad de nuestro oficio. Unos hacen cosas extrañas, otros las dicen. No somos gente sensata. ¿Para qué sirve un poema? ¿Para qué sirve ascender a la cima? Defendemos la soledad. Soñamos con proezas sin valor. Nuestra adoración de la naturaleza es máxima. Los escaladores somos una reencarnación de aquellos románticos que, al menos sobre el papel, se apartaban de la civilización y erraban por parajes deshabitados. Las palabras de unos se transforman en las piernas de los otros. El drama es morir demasiado joven por haber apostado demasiado fuerte. Lo sacrificamos todo por nuestro ideal. Hay que vencer o morir. Preferimos unos meses apasionados a una larga vida monótona. La felicidad efímera y sublime. El vitalismo impaciente de la juventud. La escalada es libertad. Somos personas que no queremos crecer. No nos adaptamos al trabajo ni a la vida rutinaria. En Navidad o Fin de Año, en lugar de celebrarlo en familia y con mucha gente, nos embarcamos en invernales en solitario o con un amigo muy íntimo. Sentirse dioses, ni que sea unos instantes, lo resarce todo. La bella himalayista Alison Hargreaves y su marido afirmaban que preferían vivir un día como tigres que no cien años años como corderos. Fiel a sí misma, Hargreaves conquistó la cara norte del Everest sin oxígeno y víctima de su ideal murió en una tormenta en el K2 a los 32 años.

August Leu.

August Leu: A cheerful encounter on an alpine lake (1862)

En el siglo XIX los hombres se enamoran de las montañas

Núria Perpinyà conoce bien el siglo XIX. Tuvo muy presente sus pinturas de paisajes a la hora de escribir la novela. Los hombres no se fijaron en las montañas hasta hace cien años. Hacía siglos que las tenían a su lado, pero no las veían. Hasta que, de repente, en el XIX los más osados ​​las descubren y se enamoran de ellas. Unos eran aventureros, con el deseo de conquistar tierras ignotas, otros eran naturalistas que subían al monte para conocer las formaciones de las rocas y recoger rarezas botánicas.

La pasión por las montañas es moderna. Antes del romanticismo, una montaña era un lugar odioso e inhumano asociado con el frío, la desgracia y la incomodidad. Estéticamente, también eran desagradables. “La naturaleza ha barrido todas las inmundicia de la tierra hacia los Alpes, a fin de formar y limpiar la llanura de Lombardía”, decía Evelyn al 1646. Y Adison en 1701 remachaba: “Los Alpes conforman las mas irregulares y lamentables escenas que hay en el mundo.”

En el XIX, la apreciación cambia radicalmente. La aristocracia y la burguesía suben a veranear en los balnearios. Los cartógrafos, geógrafos, botánicos, pintores, médicos e ingenieros practican el alpinismo. Otros buscan emociones fuertes. Las montañas aún no son bellas, como dirá Whymper a 1865, pero ya son grandiosas y sublimes. A lo largo del XIX irán cayendo los principales picos de los Alpes. Las ascensiones al Himalaya se inician en el siglo XX.

Confiamos que la lectura de Al vértigo sea menos dura!

Fragmentos de Al vértigo donde la escalada deviene metáfora del amor:

Si quieres ir en la cordada conmigo, habrá peligros. Nos tocarán presas inestables que nos traicionarán, si nos confiamos demasiado. A lo máximo que podemos aspirar es a pequeñas cornisas en las que caben justo los dedos.

El precio del alpinismo es más elevado que ningún pico. ¿Por qué quieres jugártela?

Lo único que puedo ofrecerte es una cima en la que el vacío te rodea por todos lados, rellanos minúsculos que se rompen brutalmente sobre un precipicio. La escalada te espera con pasos muy malos, con frustraciones. Si no podemos pasar, o damos la vuelta o nos atrevemos. Hay que ser muy valiente y muy prudente.

Yo no soy ni una cosa ni la otra.

Hay que resistir la tentación de ir por vías demasiado fáciles, cómodas, sin mérito, llenas de gente. Y por las demasiado difíciles: no somos genios para estar siempre al máximo.

No hay que permanecer en la sombra. Ni donde toca el sol. El tiempo cambia de repente. El placer imprudente se paga.

La escalada es un vértigo que no se acaba. Se empieza con un balcón aéreo. Se continúa con vivacs de largas noches. Se acaba suspendido en el vacío, a 7000 m. Con el viento de la muerte rondando como una harpía.

Cuanto más arriba, más difícil. A menudo no hay marcha atrás. No se puede bajar por donde se ha subido. Te encuentras arriba, sola, y tienes que buscar un camino de bajada desconocido, arriesgado.

Si no estás seguro del regreso, no inicies nada. La cumbre es una ilusión efímera en la que no podemos quedarnos. El frío no nos deja. Y las casas cómodas, tampoco.

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