Contra el Kindle

03/01/2016 by Nuria

Kindle_Graphite1No quiero llorar por los libros porque todavía están vivos como todos nosotros. En el siglo XIX se temió que los periódicos acabarían con ellos. Cosa que no sucedió. O que lo harían los fonógrafos con libros sonoros; sin embargo, como sabemos los audiolibros no han triunfado sobre las impresiones de papel. Así que cantaré las excelencias de los libros. Y declararé la guerra a los e-books, empezando por el Kindle. Añadiré a las razones comerciales que suelen esgrimirse, las estilísticas, ideológicas y epistemológicas. Dado que tengo amigos favorables al invento, no descarto que en el futuro me retracte; ahora, sin embargo, vade retro. Vila-Matas, en Dublinesca, entierra la era Gutenberg con un funeral poético y decadente. El apocalipsis de mis Calígrafos no es tan negra.

BELLAS O NEFASTAS EDICIONES

Los ebooks profanan los libros y se burlan del rigor y cuidado del editor y de la sabiduría caligráfica milenaria. En la pantalla de Amazon, los libros se convierten en un papel continuo donde naufragan las palabras sin paginar ni maquetar; nunca mejor dicho: sin editar. Si te gustan los «pequeños detalles», do it yourself, tú que no sabes el oficio. Si tienes prisa, lee por encima. Pero si tienes suficiente sensibilidad para identificar una traducción automática, te tienen que escandalizar los espacios en blanco de las líneas del Kindle; no poder hacer citas, no saber la página donde estás. Los ebooks son como un grifo que vierte letras a chorro. No se respeta el original; el texto puede ser apócrifo. Los versos se pueden recortar; las ilustraciones, desaparecer. Nada que ver con el Cathay de Pound. No se menciona el año de publicación; si la lengua está modernizada, un lector normal no sabrá si ha comprado una obra actual o decimonónica. Es la obra desnuda y dañada, sin guardas ni cubiertas. La falta de encuadernación no afecta solamente los libros raros de bibliófilo. Como decía Genette, la influencia transtextual es inmensa. Un best seller de terror sin símbolos gores ni letras góticas hace menos miedo. Los grandes libros siguen siendo los cosidos y encuadernados en tela. Ningun ebook ha superado en tacto, ni en olor, ni en cuidado la excelencia de Chatto & Windus, Knopf, Siruela, Barral, Oxford UP o la Bernat Metge.

Kindle escribe con faltas caligráficas, tipográficas y idiosincráticas. No me gusta Kindle donde todos los escritores, tan mal editados, suenan igual de mal, desde los griegos a los americanos, con una caligrafía infecta, sin nada singular que subraye el timbre ni la personalidad de cada uno. Steve Jobs recuperó la riqueza tipográfica; Kindle hace hablar los autores con faltas de caligrafía; los uniformiza y los viste con el mismo saco de patatas. Cuando hay un catálogo de fuentes, como en el ereader de Sony, el lector lo adapta a su gusto y no, como lo haría un editor, al de la obra. Como mínimo, Google books respeta el diseño. Ahora bien: los escáneres en pdf son útiles y basta. Y pesados ​​y feos como una fotocopia.

ORDEN Y CAOS. ADIÓS A LAS MERITORIAS JERARQUÍAS

El ebook destruye la belleza del libro y el orden de las bibliotecas. Cada biblioteca tiene un orden: el del código de signaturas universales (CDU) o el el que lleva tu firma. Cada uno sabe donde tiene sus libros y porqué. Kindle te cambia tu compleja biblioteca por una clasificación alfabética, la más elemental de las sistematizaciones. La máquina suprime la belleza de los lomos de las antiguas vitrinas de madera; y sustituye el tacto, el color, el grosor y la calidad del papel por una esquemática y plúmbea bibliografía. El orden de una biblioteca no es lineal. Los ebooks ponen tus compras en fila. Una biblioteca es un complejo y particular organismo cronológico y orgánico. Quiero mucho mis Nuits de Musset con dibujos y manuscritos; mi integral Seuil de Balzac; o mi Brossa-Tàpies de la editorial Mall. Difícilmente podría enamorarme de una pantalla.

Kindle es inculto, no diferencia lo bueno de lo malo. En Amazon está todo. No quiero tener 50.000 librotes en un gadget, sino libros que formen parte de mí y de mi casa. Los editores y los libreros te ayudan a elegir, son filtros de calidad. En Península o Cambridge UP, raro es el autor que no llegue a los máximos. En Amazon, a menudo no tenemos ni los mínimos. La empresa es una nave llena de paquetes. Sus administradores entienden de números; no, de letras. En una editorial selecta tienes una garantía de que el libro ha pasado por un proceso de selección. En el modo kindle y las autoediciones, cualquier cosa escrita se vende como libro. Los agentes literarios, los libreros, los editores, los profesores y los críticos hacen una selección de los mejores, por eso son nuestra guía lectora. El criterio de un especialista en literatura no es el marketing sino la calidad.

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Pino Daeni, ilustrador

BIENESTAR O INCOMODIDADES

Las tablets y los libros electrónicos molestan: crean estrés, hay inconvenientes con el drm, con el calibre; en lugar de deleitarte leyendo Henry James, pierdes tiempo con problemas técnicos ajustando los programas (mobi, nook, Papyre); se quedan sin batería; son ilegibles si hace sol; provocan daño a la vista a pesar de la tinta electrónica, no permiten citar fragmentos con facilidad; ni dejar el libro a un amigo, etc.

La calidez del libro. Lo reconozco: soy una romántica. Prefiero la sonoridad de un piano de cola a la de un teclado electrónico de tres al cuarto. Un concierto en directo no suena igual que una grabación. Una película no se puede ver en un móvil. Quien no perciba la diferencia, difícilmente me entenderá. Un papel con un buen gramaje, o satinado, con una tipografía elegida, una bella encuadernación, con guardas y márgenes generosos es un lujo. ¿Hay algo más bonito que un libro infantil ilustrado? No podemos permitir que, a los niños, se les perturbe la cabeza tan pronto llenándosela de videojuegos y del mundo digital. Un libro encuadernado a mano tiene un tacto cálido, un tempo que te relaja, te conmueve; se puede anotar, ir adelante y hacia atrás, releer, te lo puedes llevar a todas partes, te acompaña como un amigo, no como unas llaves metálicas. Un libro es el descanso del frenesí de la pantalla; un reencuentro humano contigo y con otros, como plantea Roberto Casati en su elogio al papel a Contro il colonialismo digitale. El libro te ayuda a pensar, no tienes nunca la sensación de haber perdido el tiempo con él. No te duelen las horas invertidas. Un libro, como un buen amigo, siempre se te queda corto.

PROFUNDIDAD O SUPERFICIALIDAD COGNITIVA

La lectura online es superficial. Este es el aspecto epistemológico del debate; sin duda, es el punto más importante ya que los libros electrónicos dificultan la aprehensión del conocimiento. En un ebook, la lectura se combina con multitareas y consultas en internet a través de los hipervínculos. Tal y como demuestran psicólogos, neurocientíficos e ingenieros de telecomunicaciones como Nicholas G. Carr, estas lecturas son superficiales y llenas de distracciones; se hacen en diagonal a través de las palabras clave y se salta rápidamente de un lugar a otro picoteando y perdiendo concentración.

INTIMIDAD E HIPERMERCADOS

¿Por qué necesitamos mil cuatrocientos títulos en un ebook? El peso y el almacenamiento son una ventaja. Y si fueran cuatro mil cuatrocientos, más cacofonía. En unos gramos podemos tener 1.400 libros. Ni que sean 1.000.000. Si no somos nómadas o vivimos en 12m2, ¿a cuántas personas no les caben los libros? Sólo a los grandes lectores, a los que sus miles de libros no les molestan; todo lo contrario, no se quieren desprender de ninguno. El espacio es un problema de las distribuidoras, no de los lectores. Para viajar, un artilugio va bien. ¿Qué quieren que les diga? Si no llevas ninguno, lees más. Yo, que no paro de viajar, ¿qué haría sin un libro? Pero, desde luego, no me leo doscientos de golpe. Como mucho serán tres o cuatro. Los que te caben en una maleta. ¿Por qué cargamos de buen grado kilos de ropa y nos quejamos de los gramos que pesa una novela?

Amazon, el monstruoso vendedor de libros baratos. No me gusta encadenarme a Kindle ni hacer el juego al gigante de Amazon. Su dispositivo sólo lee sus libros. Tienes que comprarlos necesariamente en Amazon. Es tan fácil comprar, sólo con un clic al botón de «buy». La compra online es rápida y compulsiva. ¿Cuántos de estos miles de libros se leen realmente? No importa. Como si se tiran. Como valen cuatro duros. Qué humiliación para los intelectuales y artistas que el transporte valga el triple que su obra. Los camioneros les rebajan los humos. The New Yorker publicó el 17-04-2014 las innobles presiones que ejerce Amazon a sus trabajadores y a políticos: «Cheap Words. Amazon is good for customers. But is it good for books?» No, no lo son, demuestra George Packer. Si un libro es tan barato como un sandwich, será que tienen la misma importancia. Un iphone o un perfume de marca, en cambio, son artículos chic que cuestan dinero.

El mundo digital es rápido, barato y terráqueo. El libro de papel es caro y tiene un alcance limitado. Una buena solución son los acuerdos entre editores y librerías para imprimir libros por encargo y evitar stocks. Otra, ser menos ambicioso. Circunscribir tu obra, tus productos, a un círculo más pequeño. Los círculos minoritarios tienen su atractivo. Son más cercanos. Nadie te asegura el éxito optando por la internacionalización y el mundo global a través de un blog colgado en la red. En teoría puedes conseguir millones de lectores potenciales, sobre todo si escribes en inglés, chino o español. Ahora bien, también compites con millones de escritores. Los que escribimos en lenguas minoritarias, cuando accedemos a la red, no hacemos saltos tan grandes. Y pobre del que se lo crea. La quimera de los lectores infinitos nos puede devorar.

IMPERSONALIDAD

Los ebooks son los bastardos de los escritores. Algunos de mis libros están editados en formato ebook; me he enterado de manera indirecta porqué alguien te lo comenta, o por el balance contable anual. Las editoriales te envían ejemplares de tus libros publicados, pero no de los ebooks, como si no tuvieran importancia. Mis hijos no reconocidos no sé ni cómo son; nunca los he visto. ¿Cómo podemos sentirlos nuestros, estos artefactos pseudoclónicos, si no han sido presentados a sus escritores, si ni siquiera los conocemos? Los ebooks son como hijos bastardos sin relaciones afectivas con sus creadores, fetos deformes que son y no son parte de ti.

No estoy en contra de internet ni de las nuevas tecnologías. En absoluto. Pero quisiera que la evolución de nuestra civilización fuera una suma y no una resta. Estoy a favor de las innovaciones siempre y cuando no suprimen cosas buenas y logros que han costado mucho de conseguir. Por fortuna, aquí y allá van surgiendo resistencias al maquinismo y a la globalización: el slow food, la desaceleración económica del Degrowth, el vintage, el retorno de los discos vinilos… Son buenas notícias que vayan saliendo pequeñas editoriales, medios como Newsweek que regresan al papel, o sellos como la exquisita Knopf que gravan los cuentos de Alice Munro con un papel espléndido al que sólo le falta cortar los pliegos…

Hoy en día, los ebooks son peores que los libros. No me gustan. Como no vivo en 2075 sino en 2016, prefiero tocar un libro agradable, abrirlo y que me explique con placidez una historia interesante. También soy partidaria de comer con un amigo más que de chatear con él y que nos queden las conversaciones a medias. Hasta ahora el ebook ha diferenciado los lectores modernos de los antiguos; también está marcando una diferencia de clase: muchas personas cultivadas, reacias al gadget, apuestan por buenos libros bien editados en papel porque los valoran. En el futuro, los ebooks estarán mejor diseñados; serán más audiovisuales, más intertextuales, interactivos e intergalácticos… O mejor aún: serán inimaginables.


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