El cuerpo invisible

 

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Un viaje por el cuerpo

La novela El cuerpo invisible de Núria Perpinyà es un viaje fantástico al interior del cuerpo, protagonizado por una molécula que reparte energía a todo el organismo, llamada Ubis. Su ingenio y sus amores recuerdan a los de Ulises; y sus aventuras, las de la Odisea. La epopeya griega dura veinte años. La del Ulysses de James Joyce, un día. Y la de Perpinyà, una hora. Sin embargo, en su novela el tiempo se dilata y se transforma en una hora inmensa llena de trances, sorpresas, placeres y peligros.

Cada capítulo explica la visita de Ubis a un órgano y las peripecias que ocurren mientras navega por la sangre, arriba y abajo. La narración está escrita en un catalán rico y popular con homenajes a los versos homéricos de Carles Riba. El tono va de la comedia (como el episodio de Culifemo, inspirado en el Polifemo griego) a la tragedia (como la visita al infierno blanco de los huesos) aderezados con múltiples encuentros eróticos. Al fin y al cabo, como se dice en la obra, la obligación de todas las células es «copular y chupar».

Aunque la historia la cuenta una abuela a sus nietos, se desarrolla exclusivamente desde el punto de vista de los órganos y de las partículas. La novela se inicia con un beso que evoca la guerra de Troya donde los dientes de la chica son las murallas y la lengua del chico, el caballo astuto inventado por Ulises que logra penetrar en la fortaleza.

  • René Magritte. Las ideas del acróbata (19

 

 

Alejados de las malicias y de los avances de la civilización humana, estos personajes corporales construyen un mundo propio donde la vida se conforma y se interpreta de manera distinta a lo habitual. Con su ayuda, descubrimos que las partes familiares de nuestra anatomía y de nuestro metabolismo son, en realidad, lugares ignotos. Esta perspectiva inusual enlaza este libro con el género fantástico de las Cosmicómicas de Calvino, de los nobles caballos de Swift y de los átomos hablantes de Voltaire. A pesar de la personificación de los órganos, la novela está lejos de las fábulas morales y de la literatura infantil ya que las acciones y los dilemas son de adultos y las reflexiones existenciales que dirimen, a pesar de ser profundas, no tienen ninguna pretensión didáctica.

Estamos frente a un cuerpo humanizado que no lucha contra el hombre sino que lo que le ayuda. La mayoría de hombres y escritores son más místicos de lo que creen y que se presentan como hombres espirituales que piensan en todo menos en su corporalidad, la cual prefieren ignorar tratándola de carne impura, extraña y deshumanizada. En la obra de Perpinyà, en cambio, se admira la complejidad de la biología y se agradece al cuerpo nuestra existencia. En lugar de sabios presuntuosos, tenemos la modestia y la felicidad de todo un universo microscópico que se organiza prodigiosamente por el bien de una humana.

En esta novela divertida y vitalista se reivindica lo oculto, marginado e invisibilizado que ha sido tratado como la parte más fea y desagradable de la existencia. En conclusión, en El cuerpo invisible, Perpinyà apuesta de nuevo por el perspectivismo y nos invita a ir de mano de la gran literatura clásica más allá de los límites creativos al uso para construir nuevas miradas que renueven la literatura y el mundo.

 

Marina Abramovic. Desnudo con esqueleto (2002)

 

Un cuerpo humanizado o el fin del dualismo

La mayoría de pensadores de nuestra civilización se aferran a lo que les hace hombres a pesar de las limitaciones del cuerpo. Beckett pone en escena a muchos minusválidos para explorar hasta qué punto un hombre sigue siendo un hombre, a pesar de las trabas de un cuerpo enfermo, gracias al lenguaje y al pensamiento. El lenguaje hace al hombre, no al cuerpo. En cambio, en la obra de Perpinyà no nos encontramos con un cuerpo que ignora el lenguaje sino que lo crea. El cuerpo de Beckett está deshumanizado y atenta contra el hombre, mientras que Perpinyà propone un cuerpo humanizado que va a nuestro favor porque nos mantiene vivos.

En este libro estamos lejos de la carne menospreciada por el platonismo y por los teólogos. No en vano, ‘somático’ viene de ‘sema’, que significa “tumba”. Es decir, la etimología sostiene que el cuerpo es una tumba. Encontramos su eco a lo largo de la mayoría de textos sagrados. El budismo reza para que su cuerpo sea insensible y se favorezca el espíritu. De igual modo, san Pablo deplora: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Con la razón sirvo la ley de Dios, pero con la carne, la ley del pecado”. Seguido por San Bernardo para quien el cuerpo «es solo esperma fétido, saco de estiércol y comida para gusanos”.

Estos desprecios no sólo valen para los neoplatónicos y la gente religiosa. Los filósofos modernos ateos también comulgan con ello. En los años cuarenta Sartre y Merleau-Ponty discutían sobre la corporalidad; uno en El ser y la nada (1943) y el otro en Fenomenología de la percepción (1945). Las argumentaciones giraban en torno al dualismo entre la materia y el espíritu. Sartre oponía el être pour-soi (la conciencia) al être en-soi (el cuerpo que ven los demás). La posición de Sartre era, malgré lui, tradionalista y espiritual ya que condenaba la materia, tal y como podemos leer en La náusea en su diatriba contra un cuerpo extraño, donde no se reconoce: “Veo una carne insípida que se dilata y late con abandono. Empezando por los ojos que, desde tan cerca, son horribles. Parecen escamas de pescado tan vidriosos, blandos, ciegos y con los bordes rojos. (…) Siento mi mano. Soy yo estos dos bichos que se mueven al final de mis brazos. Mi mano rasca una de las patas con la uña de la otra pata; siento el peso sobre la mesa que no soy yo”.

La actitud de Perpinyà es justo la contraria. No nos muestra el asco del cuerpo sino su admiración. Al mismo tiempo, la novelista supera la vieja dualidad antagónica y crea un espacio común en el que la materia es inteligente y piensa. Su filosofía deriva de Merleau-Ponty y de su apuesta por una fenomenología del cuerpo no dualista; el fenomenólogo francés defendía la experiencia de un cuerpo perceptivo que no es un simple objeto, sino que es un puente intersubjetivo con el mundo. Y también es heredera obviamente de Darwin, quien en La expresión de las emociones en el hombre y los animales (1872) planteaba múltiples interacciones entre el cuerpo y la mente. “No pienses en ello”, se dice cuando a alguien le duele en alguna parte. No es sólo sabiduría popular; es científica. Darwin explicó porqué cuando la mente se fija mucho en una herida, en un punto, duele o pica más, porque pensando en ellos se envían señales nerviosas extras. Es la paradoja del observador: que fijando, deformas la cosa, la escena, la acción. Darwin fue también un líder en el concepto de cuerpo internacional cuando demostró la igualdad corporal de los hombres por encima de las razas y de los géneros.

Con frecuencia, el cuerpo sabe más que la cabeza. Sólo tenemos que escucharle. Está bien que hablemos de la inteligencia artificial siempre y cuando no nos olvidemos de la inteligencia natural. Isaac Asimov, en El final de la eternidad (1959) resuelve el nudo de la trama gracias a la ayuda corporal. Harlan, el protagonista, no se acuerda dónde ha extraviado a su amada ayudante, pero cuando toca de nuevo la palanca de la nave espacial, la mano recuerda el gesto que hizo y lo repite. Es la mano y no el astronauta quien sabe en qué año dejó a su amada Noÿs. Sin embargo, Asimov era demasiado listo para no saber que no hay repeticiones idénticas; y que cuando se es consciente, no se hace el mismo gesto. A esta complejidad de conductas llena de variaciones, cabe sumar que somos hombres hápticos que escuchamos y hablamos con todo el cuerpo. Somos unos organismos que lo perciben continuamente todo, poros a poro y molécula a molécula y que componemos sinfonías pluricelulares simultáneas.

La literaturización del cuerpo ha sido parcial. Pese a excepciones cómicas geniales como La nariz de Gogol o El pecho de Philip Roth, su aparición en la ficción ha sido restriginda al sexo, al envejecimiento o al cuerpo marcado por raza o enfermedad. Ha llegado la hora de reinvidicar la totalidad de nuestro ser que nos hace y nos acompaña y de dejar atrás siglos de menosprecios. Como dice Daniel Pennac en Diario de un cuerpo (2012), toca conocer nuestra tierra incógnita: “Quiero escribir el diario de mi cuerpo porque todo el mundo habla de otras cosas. Todos los cuerpos se abandonan en armarios de cristal.”

 

Roland Topor. Los rehenes. 1976

Punto de vista no humano

Los protagonistas de El cuerpo invisible no son hombres. Aunque hablen de nuestras pasiones y nuestros temores, sus puntos de vista no son humanos. No son extraterrestas ni cronopios, a pesar de que hay algo en común. Se asemejan al animismo japonés, con espíritus kamis presentes en todas las cosas que animan objetos aparentemente inanimados. Y a los caballos Huyhnhnm de Swift que no comprenden las costumbres de los Yahús ni los microorganismos que nos condicionan. En esto se diferencian de Ubisquinol y de las partículas de la novela de Perpinyà. En ella encontramos a otro Gulliver minúsculo, un homúnculo llamado Chicuelo que vive en el volcán del culo.

Al punto de vista de un ignorante de lo terrenal, a la coenzima protagonista, Ubis, se le suma la admiración del cándido que se maravilla de lo que no conoce. Como dice Ramon Llull: “Mucho le maravilló a Félix el pastor, por ser tan perezoso y tan lobezno… Mientras Félix iba así consiroso y deseoso de saber lo que es…”

 

John William Waterhouse. Ulises y las sirenas (1891)

Exploración de lugares ignotos

Las novelas fantásticas viajan a sitios desconocidos. Normalmente se dirigen hacia el universo siguiendo el camino marcado por el hombre estratosférico de Luciano que llegó a la luna en el siglo I; y por Voltaire que se encapsuló dentro de las Micromégas y llegó hasta Saturno donde escuchó hablar a los átomos. Perpinyà hace el viaje inverso, no hacia el centro de la tierra como Verne, pero casi; la novelista nos lleva al interior de nuestro cuerpo y nos invita a la aventura de recorrerlo de la mano de una pequeña coenzima llena de energía que reencarna al Ulises griego.

En el cine los viajes en el interior del cuerpo los realizan hombres en miniatura como en Fantastic voyage (1966) o en Innerspace (1987). En la obra de Perpinyà se opta por un punto de vista postcolonial y los protagonistas no son los humanos colonizadores del cuerpo sino los nativos que hasta ahora no tenían voz y eran tratados con menosprecio, los órganos corporales.