¿Ha sabido captar el pintor el estilo del retrato? ¿Se nota que es un escritor? Desgraciadamente, no. La mayor parte de los cuadros de los premios Cervantes son simples retratos físicos o, peor aún, retratos malos pintados sin dominio del oficio.
El año 2000, siendo Secretario de Estado de Cultura del PP, Miguel Ángel Cortés, se encargó a una serie de pintores desconocidos los retratos de los premiados, muchos de los cuales se realizaron a partir de fotografías. Si no me equivoco, se les pagó seis mil euros, un precio muy bajo en el mercado del arte. Aunque los gobiernos conservadores no invierten mucho en cultura ni en educación, en principio dar oportunidades a artistas jóvenes parecía una buena idea. Lástima que la mayoría eran pintores autodidactas sin formación. En las décadas siguientes, los pintores que recibieron el honor de estos encargos fueron mejor remunerados, pero el Ministerio de Educación y Cultura no ha hecho públicas las cuantías que fueron onerosas para ciertos pintores favoritos del poder.
La colección que nos saluda al entrar en la Biblioteca Nacional no está a la altura de su valioso fondo de libros. Las caras más visibles de la literatura, filtradas por una baja calidad artística, en lugar de promover nuestra admiración, provocan nuestro estupor. Estéticamente, deberían ser obras al mismo nivel que los homenajeados. Si el Premio Cervantes quiere ser el premio más importante en lengua castellana, sinceramente, los retratos immortalizan lo peor y más irrelevante de sus creadores.
La galería de los horrores incluye mas de cuarenta cuadros de estilos y cualidades muy variadas. La impresión del conjunto del Salón Italiano es caótica porque los cuadros desentonan entre sí. Y, como los malos predominan, enmascaran el buen hacer de los buenos que son minoría (un Eugenio Téllez, un Juan Vida).
La tara principal de la colección son los fondos de los retratos. Es allí donde la destreza y la impericia de un pintor se hace más evidente. El fondo de una pintura es el lugar donde se muestra el dominio del pincel, de la textura y del color. Es el espacio puro abierto a la libertad pictórica. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando el pintor es malo? Que no sabe qué hacer con los fondos. Falto de inspiración, le aterroriza el espacio en blanco que rodea la figura. La mayoría opta por cubrir el expediente con un color liso que pase lo más inadvertido posible. Su única aspiración es cubrir la tela sin esforzarse. No ven que es justamente allí, en ese discurso secundario donde deben sobresalir. Pondré un ejemplo paralelo: el teatro inglés es excelente gracias a sus actores secundarios que son iguales o mejores que los protagonistas. Si un actor célebre está rodeado de actores mediocres y de figurantes malos, la obra es un fiasco. En la pinacoteca que estamos analizando, los fondos son elementales, los cielos no tienen detalle y los horizontes están terminados deprisa y corriendo. Las dimensiones del cuadro les van demasiado grandes y no saben cómo llenarlas. En consecuencia, estos retratos están llenos de espacios muertos.
Otra deficiencia es la falta de dominio del volumen. Los cuerpos son planos, no como proclama vanguardista (nada más lejos), sino por impericia perspectiva y realista.
Los pintores del premio Cervantes han pensado que como el tema era, a su juicio, excelso (un genio de las letras), su expresión artística también lo sería. Debían ignorar que el arte es forma y que no hay ningún tema, por elevado que sea, que pueda salvar un fracaso formal. Con una figura ordinaria (una barra de pan, una silla) puedes hacer un gran cuadro, y, recíprocamente, eligiendo un motivo poético (un crepúsculo rojizo) la puedes pifiar del todo porque lo importante no es el qué ni el quién, sino el cómo.
Partiendo de esta premisa, no comentaré nada sobre los escritores premiados, sólo sobre sus representaciones. Tampoco teorizaré sobre lo inadecuado que es un arte supeditado al servicio de la realidad.
Los peores retratos de la colección son:
El de Carlos García Alix. El retrato de Jorge Guillen es tan plano e inexpresivo como el retrato de María Zambrano de Jesús González de la Torre; el cielo y la montaña del fondo están mal pintados, la factura es rápida y sin detalle, empezando por las manos. Aunque se corresponde con el equilibrio del poeta, la composición axial es simple.
El de Romulo Macció. Se trata de una cabeza flotante sobre una especie de mar que desfigura el rostro de Onetti. A pesar de su existencialismo y el triste final de su vida, dudo que Onetti deba ser representado como un náufrago y que Macció sepa dibujar proporciones. Como decía el pintor argentino autodidacta: “Yo soy intuitivo, hago lo que puedo y lo que me sale”. Más allá de este cuadro fracasado, a su favor, hay que decir que Macció tenía energía y que, en otras obras, la supo se le dió mejor.
El de Angel Mateo Charris. El problema de este cuadro es que es plano; el pintor desconoce como darle volumen a los cuerpos o tal vez lo descarta dado que sus intereses son el pop y el cómic. En cualquier caso, la obra de Octavio Paz es tan sutil, tan compleja, tan inteligente que demanda una pintura más profunda y un fondo menos simple. También es poca acertada la bola blanca de mimo infantil (un precedente del emoticono?) que sujeta con la mano y la bolaza blanca que le pesa sobre la cabeza por la derecha.
El de Juan Antonio Aguirre. Conociendo que Aguirre era profesor y crítico, no descarto que esté mal pintado a sabiendas emulando un impresionista fauve o naïf. Sea como sea, el resultado es pésimo. Quién sabe, el autor quizá pretendía simbolizar el alma andaluza de Luis Rosales con el color saturado; pero, como su poesía no es folclórica, se equivoca. Y su cara pintada de verde, más que un homenaje parece una venganza.
El de Carlos Franco. Si dejamos de lado los brazos y manos dibujados sin pericia de Cabrera Infante, no se puede negar que el barroquismo de este cuadro de rara composición tiene su personalidad (como la tiene el resto de la obra de Franco, muy colorística) y, algo inusual en esta colección, se adecua al estilo neobarroco del escritor. Ahora bien, la calidad técnica de su horror vacui es insuficiente.
El de José Díaz. Si no se mira de cerca, el retrato de Francisco Umbral de este pintor autodidacta no es terrible; cuando te acercas, sin embargo, la falta de plasticidad se te cae a los pies. El fondo es pésimo y no se domina ni el color ni el volumen. Tampoco se acaba de ver cuál es la función de la blancura excesiva aplicada a Umbral. No estamos ante el retrato de un escritor sino de alguien sentado con chaqueta blanca que puede ser un médico o un camarero.
El de Cristian Domecq. Difícil pintar una musa y más para Domecq, por muy de clase alta que sea. Si obviamos este desliz, que el sillón y el fondo están mal pintados y que hay un cúmulo innecesario de azules, la figura del poeta García Nieto se puede salvar.
Dejo para el final la joya de la corona: el retrato de Dis Berlin de Jorge Luis Borges. ¡Horror de los horrores! Una rosa monstruosa y un laberinto sobrevuelan la cabeza de Borges; además de una mancha blanca que parece un monstruo mitológico dibujado por un niño. La combinación del rosa y del azul es de mal gusto. Y la cortina que ocupa una cuarta parte de la tela, superflua. Gracias a Dios, Borges era ciego y no pudo verlo. El cuadro de Berlin no sólo es muy malo sino que demuestra lo poco que el pretendido artista autodidacta conocía de la obra de Borges, incluídos los libros sin letras que parecen cajas. Dis Berlin es un mal pintor de colorines superficiales que practica una especie de ilustración infantil abstracta dirigida a los adultos. La tendencia colorista le acerca a Almodóvar pero, como vemos en el peor retrato de la colección Cervantes, lo aleja totalmente del espíritu intelectual de Borges.
En el post siguiente analizaré los cuadros más pasables de la colección. En cualquier caso, estamos ante un arte de encargo que arrastra los achaques del género. La mayoría de la pinacoteca no pasan de ser retratos menores y anodinos, de circunstancias.
En conclusión, la calidad de la colección es muy oscilante con clara tendencia a la baja. Cada retrato del premio Cervantes hace temblar los silenciosos estantes de la Biblioteca Nacional. Confiamos que los años venideros no provoquen más escándalos estéticos. Por si acaso, recomendaría a los galardonados que vigilaran qué pintor los inmortalizará.