Conocer un genio en persona puede decepcionar. No Thomas Bernhard. El actor Pep Tosar se reencarna en él y nos lo hace más atractivo que nunca. Sus irónicos ataques al poder, su repertorio de gestos y la modulación de su discurso evocan las larguÃsimas subordinadas de Bernhard con palabras e ideas que actúan como leitmotivs.
Tosar y Arévalo han escrito la obra de teatro que todos los bernhardianos querÃamos ver, con el escritor como centro indiscutible, inspirada en Mis premios (2009). AutobiografÃa sà y no. El autor sobre el escenario es y no es Thomas Bernhard. A veces, pasean mediocres que no son él; escritores que, cuando hablan o entrevistan, en lugar de exponer su supuesta brillantez artÃstica, sueltan banalidades. El periodista (interpretado con perplejidad por Carlos Olalla) no sabe qué notas tomar. De cerca, el supuesto genio decepciona, es patético. Nos transmite su preocupación por el dinero y por el vestuario, en lugar de disertar sobre grandes ideas. El escritor caricaturizado tiene parte de ácida autocrÃtica, pero cuando el público rÃe, no se rÃe de Bernhard sino de los que él satiriza. La diferencia es que unos se emocionan y se crecen cuando reciben un premio venga de donde venga; mientras que, para Bernhard, según quien lo conceda le supone un mal trago. La obra de teatro Con la claridad aumenta el frÃo (2013) explica esta paradoja. Un escritor mezquino llena de vanidad un esmoquin que lo equipara a polÃticos y gente importante; en cambio a Bernhard (a gusto con su jersey raÃdo), el traje le va estrecho, le oprime. La dimensión metafórica de la incómoda relación con el Estado es evidente. Recibir un premio es una humillación porque obliga al homenajeado a adular al poder y dar las gracias a una institución de ignorantes (cuando no son malvados). A los mecenas se les debe acatamiento. Premiar disidentes no es un gesto de acercamiento, sino una infamia para verlos como se arrodillan ante los cargos. Conociendo a Bernhard, este protocolo de reverencias le debÃa reventar.
Pep Tosar ha puesto en escena a su enigmática compañera Hedgwik Stavianicek. Una pareja anticonvencional de treinta y ocho años de diferencia, que Imma Colomer interpreta subrayando el afecto, la inteligencia y el savoir faire. Su relato del sanatorio es un gran mise en abîme actoral donde interpreta simultáneamente a ella, a Bernhard y a la madre, gracias a un hábil juegos de miradas, gestos y entonaciones. También es un acierto de esta dramaturgia fundir sobre el escenario a Glenn Gould con Bernhard. Gould, otro genio misántropo, a cuyo «radicalismo pianÃstico» dedica El malogrado (1983). La escritura de Bernhard es musical y no podemos comprenderla si no entendemos su pasión por el piano individualista, emitiendo múltiples variaciones del mismo tema. Pep Tosar recrea estas espirales de repeticiones por ejemplo en la escena del público que se queja cuando tiene que dejar pasar al dramaturgo que habÃan venido a escuchar. Paradojas de un autor admirado y rechazado, que nos recuerda el cuento de Nabokov, «Un poeta olvidado».
Bernhard se pregunta en su obra En la meta (1981) por qué aplaude el público al dolor y al absurdo. En el Teatro de la AbadÃa de Madrid, les hemos aplaudido a él (a su valentÃa, ironÃa y destreza estilÃstica) y a la comedia trágica creada por Pep Tosar. Una obra de gran calidad que el público no deberÃa perderse. Los mitómanos del dramaturgo se elevarán al cielo; el resto reirá con las puyas que lanza contra los polÃticos y se identificará con las trampas de paraÃsos inmobiliarios que tanto daño han hecho en este paÃs.
Con la claridad aumenta el frÃo describe una lÃtote magistral. El dramaturgo que juraba que no sabÃa hacer discursos al final ofrece un discurso magnÃfico. No es falsa modestia: Bernhard no podÃa, no querÃa hacer un discurso de agradecimiento ad hoc; pero sà un discurso profundo y a la contra sobre el primer siglo ateo de la Historia donde ya no se puede creer en cuentos de hadas. Cuanto más lúcido se es, más dolor se tiene.
Bernhard se rebela contra la hipocresÃa de los premios de algunas fundaciones. ¿Cómo podÃa recibir sin replicar una distinción de grandes empresas austrÃacas que habÃan colaborado con el régimen nazi? Una opción era rechazarla; otra, aprovechar la ocasión para atacarlas en público, de manera heroica, denunciando sus crÃmenes. Su discÃpula espiritual, Elfriede Jelinek, desperdició la oportunidad al no asistir a la ceremonia del premio Nobel. Bernhard hubiera ido y, mon dieu, ¡qué agudo discurso hubiera pronunciado!