A Mercedes Serna
La exposición actual del Museo del Prado versa sobre cuatro seres castigados por las Furias. ¿Fueron hombres y gigantes aborrecibles o fue el poder quien nos convenció de su naturaleza repugnante?
El pecado de Ticio fue el sexo y la rebeldía. Ticio se atrevió a quitarle a Zeus una de sus mujeres; Zeus se enfureció y lo acusó de monstruo. El dios supremo del Olimpo se encargó de que Ticio fuera visto como un violador y no como un amante. Sin embargo, si Hera le hubiera defendido, Ticio podía haber pasado a la historia como un siervo obediente, ya que la proposición sexual a Artemisa fue en parte idea de ella, que estaba celosa. Si Zeus tenía dos mujeres (y más); Artemisa podía tener dos amantes. Pero Zeus no lo consintió,y envió a Ticio las Erinias vengativas (las que más tarde, en Roma, se llamarían Furias). Ticio había querido picar demasiado alto (como Prometeo, con quien se le asimilará iconográficamente como un hombre caído); se tenía que escarmentar su audacia. Zeus actuó como un marido celoso y, al mismo tiempo, como un rey. La condena que le infringió fue eterna. Un pájaro le comería el hígado sin parar. Su cuerpo sería como un anti-fénix: se regeneraría contínuamente para seguir sangrando. No es casual que sea la misma pena de Prometeo. Atentar contra la pareja de otro es un acto individual (egoísta o anárquico) que ataca el orden establecido.
Los cuatro condenados de la exposición del Prado han sido los pecadores más estigmatizados de la Historia. ¿Tan horribles fueron sus delitos? El cuadro de Rubens de Prometeo de l618 y el de Ticio de Tiziano de 1565 se parecen mucho. ¿Sólo en la forma o también en el contenido? Prometeo es el héroe protector, aquel que osó robar el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. Esquilo ya lo presentaba como el defensor de los necesitados. El símbolo de Prometeo está claro; ¿pero qué pasa con el de Tiziano? ¿Cómo es que las pinturas de ambos, un mártir valeroso y un violador monstruoso, son casi iguales? Ni Miguel Ángel, ni Tiziano, ni Ribera, ni Salvatore Rosa no ilustran el hipotético pecado de la violación, sino a alguien que sufre mucho. De las dos figuras, si alguien tiene mala fama no es la víctima (que, si no sabemos su pecado, es sólo eso: una víctima), sino el buitre, un ave carroñera. No vemos a ninguno de los cuatro condenados (Ticio, Sísifo, Ixión y Tántalo) como malvados sino como hombres que sufren. Los artistas no quieren despertar nuestra indignación, sino nuestra compasión. Son retratos del dolor extremo, herederos del Laocoonte.
Ticio es devorado perennemente por un buitre por quitarle la mujer a un hombre poderoso. Sólo aceptaríamos su martirio si fuese realmente un violador. Pero no lo sabemos seguro. Tenemos que respetar la presunción de inocencia. In dubio pro reo. De lo que no cabe duda es que Tántalo es un criminal: asesino, infanticida, caníbal, tramposo, mal anfitrión, ladrón y chismoso. Que sus maldades se dirigiesen contra los dioses no nos lo hace más simpático, ya que no actúa como un valiente sino como un traidor. Sin embargo, no se le retrata como a un perverso caníbal, sino que es la imagen del deseo insatisfecho. El verbo “tantalize” (que no tiene su correspondencia en español pero sí, por ejemplo, en catalán) no significa ‘descuartizar a un niño’, sino ‘excitar el deseo sin cumplirlo’. El castigo de Tántalo es tener hambre y fruta cerca y no poder cogerla; y no poder beber a pesar de estar en un lago. La tradición ha hecho que no asociemos su nombre con un sádico, sino con la insatisfacción; la humanidad se ha identificado con su suplicio y a su favor, más de lo debido.
El tercer gran perseguido es Sísifo: su suplicio es arrastrar arriba y abajo una piedra ciclópea por una montaña. Es el mito del esfuerzo inútil, de la rutina cíclica que no cesa, de la carga absurda del vivir, como interpretó bien Camus. El sentido existencialista de Sísifo lo hace cercano. En este caso, también es muy desconocido el origen de esta tortura. A parte de los eruditos, pocos saben que Sísifo paga por haber sido demasiado astuto y avaro; tanto, que mataba a los viajeros para robarles. De todos modos, no se le envía al Tártaro por asesino, que sería peccata minuta, sino, de nuevo, por haber ofendido a los dioses y por saltarse sus normas, al igual que Ticio, Tántalo e Ixión. Sísifo engañó al dios Tánatos, resistiéndose a morir. Una ambición muy humana que atentaba contra los designios divinos. No se quiere morir por amor a la vida. Y por cobardía. Los héroes no temen a la muerte, casi que la buscan como prueba máxima de su valor. Sísifo era un hombre mediocre, uno de nosotros, un comerciante avispado de maneras tortuosas que se las ingenió para escapar del mundo de los muertos. No se le perdonó su inteligencia, que detuviera solo la guadaña y escapara del Hades.
Nos queda el cuarto maldito: Ixíon. Su carácter desagradecido y mentiroso no es célebre. Sí que lo son sus consecuencias. Pena en el infierno girando dentro de una rueda. Nada que ver con el elegante hombre de Vitrubio dibujado por Leonardo. Este martirio, tanto o más doloroso que el de Ticio, se usó en la Edad Media como método de ejecución. La salvajada fue aplicada en varios Estados, con el visto bueno de los gobernantes, hasta el siglo XIX. La tortura de la rueda no consistía en humillar a la víctima degradándola como a un animal. Era peor que eso. Ixión no hacía girar la noria como un burro, sino que estaba atado a ella en su interior. Giraba y se destrozaba los huesos; giraba y se los rompía… La justicia puede ser muy sanguinaria.
El objetivo de estas lecciones ejemplares no era que nos compadeciésemos. Lo hemos hecho pasados los siglos porque nos hemos vuelto más sensibles y la época moderna defiende a los marginados y a los despreciados. En su origen, las figuras de Tántalo, Ticio, Sísifo e Ixión servían para atemorizar, para que nadie se sublevase contra las normas y las posesiones (mujeres incluídas) del poder establecido. De ahí el subtítulo de la exposición del Prado: “Alegoría política y reto artístico”. María de Hungría ordenó a Tiziano que amenazase con el fuego eterno a los desleales al emperador Carlos V pintando a los cuatro infames de la antigüedad. El genio del artista consiguió mucho más (y diríamos lo mismo de Ribera, Miguel Ángel y etc). En lugar de un cuadros útiles e ideológicos, hizo unas obras maestras. En las pintures que se exponen en el Prado no se ve a Carlos V, ni a su hermana, ni a Zeus, ni a Hera. Los contextos históricos y las justificaciones políticas no están. El arte se ha liberado y existe per se. Solo se ve lo único que permanece: cuatro hombres que sufren horrorosamente, víctimas de una venganza y un acrueldad despiadadas. Son la expresión del dolor máximo, fuera por el motivo que fuera.